Recuerdo
que en los primeros años de mi vida las fechas que albergaban la mayor
expectativa y en las que la emoción inundaba todo mi ser, eran indefectiblemente: La Navidad, el primer día
de clases y el Día de la Madre.
De las dos primeras encuentro explicación. Era natural que en mi naciente
intelecto mezclara lo mágico con lo real y sintiera que el mundo al que escapaba
en mis sueños empezaba a tener rostro y
color. El momento ansiado de la mañana
de Navidad, con el corazón corriendo a todo galope para recibir el premio que
me correspondía por haber sido una niña buena.
Igualmente el inicio del año
escolar, marcaba un hito de algarabía.
El uniforme que relucía con el sol. Los zapatos que chillaban de alegría a cada
paso. Las amigas que se repetían y las caras nuevas que sonreían. Todo ese ámbito integrador, me transportaba a
un escenario fantástico que me envolvía como un remolino hasta hacerme etérea.
Sin embargo, el Día de la Madre, no correspondía a nada fascinante, me hacía salir del universo paralelo donde estaba inmersa la mayor parte del tiempo. Era el encuentro con la realidad. Mas fue el suceso que logró mantener mi corazón de niña durante todos los años que tuve a mi madre viva.
La
imagen más lejana en el pasado me lleva a un pupitre de madera. Me encuentro
pegando unos angelitos de Murillo sobre un corazón celeste, adornado por un lazo carmesí y escribo la primera palabra que aprendí:
MAMÁ.
No
tengo el rostro de mi primera profesora, pero recibí de ella, la más grande
lección: GRATITUD. Enseñanza que me quedó grabada en el alma. No hubo Día de la Madre en el que no haya buscado algo especial para ofrecerle a la mujer que me trajo al mundo, como reconocimiento a su excelso amor.
Más
adelante, supe el porqué de mi identificación con ella. Me tocó ser madre muy
joven y logré entender lo que significaba el amor que había recibido: Un sentimiento que se vale por sí mismo, sin esperar retribución, por el que te
sientes plena e inmensamente feliz. Ello me sirvió para amar aún más a mi
madre, más de lo que me podía haber imaginado. Tuve la dicha de gozarla,
recibir sus consejos, encontrar su apoyo en la conducción durante los primeros años de mi hijo.
Lamentablemente Dios tenía otros planes para ella y tuvo que partir pronto de este
mundo.
No fue fácil superar el dolor de su partida, sentí su ausencia por muchos años.
Hoy
entiendo que nunca me dejó, el amor de una madre jamás termina, no conoce de
límites. Estoy segura que ella siempre está a mi lado.
Gracias
Dios mío por haberme regalado la vida. Gracias Dios mío por haberme regalado a mi
madre.
Marinés MH de S.
Mayo, 2013
Marinés MH de S.
Mayo, 2013