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viernes, 3 de mayo de 2013

El Regalo de la Vida




Recuerdo que en los primeros años de mi vida las fechas que albergaban la mayor expectativa y en las que la emoción inundaba todo mi ser, eran  indefectiblemente: La Navidad, el primer día de clases y el Día de la Madre.

De las dos primeras encuentro explicación. Era natural que en mi naciente intelecto mezclara lo mágico con lo real y sintiera que el mundo al que escapaba en mis sueños empezaba  a tener rostro y color.  El momento ansiado de la mañana de Navidad, con el corazón corriendo a todo galope para recibir el premio que me correspondía por haber sido una niña buena. 

Igualmente el inicio del año escolar,  marcaba un hito de algarabía. El uniforme que relucía con el sol. Los zapatos que chillaban de alegría a cada paso. Las amigas que se repetían y las caras nuevas que sonreían.  Todo ese ámbito integrador, me transportaba a un escenario fantástico que me envolvía como un remolino hasta hacerme etérea.

Sin embargo, el Día de la Madre, no correspondía a nada fascinante, me hacía salir del universo paralelo donde estaba inmersa la mayor parte del tiempo. Era el encuentro con la realidad. Mas fue el suceso que logró mantener mi corazón de niña durante todos los años que tuve a mi madre viva.

La imagen más lejana en el pasado me lleva a un pupitre de madera. Me encuentro pegando unos angelitos de Murillo sobre un corazón celeste,  adornado por un lazo carmesí  y escribo la primera palabra que aprendí: MAMÁ.

No tengo el rostro de mi primera profesora, pero recibí de ella, la más grande lección: GRATITUD. Enseñanza que me quedó grabada en el alma.  No hubo Día de la Madre en el que no haya buscado algo especial para ofrecerle a la mujer que me trajo al mundo, como reconocimiento a su excelso amor.

Más adelante, supe el porqué de mi identificación con ella. Me tocó ser madre muy joven y logré entender lo que significaba el amor que había recibido: Un sentimiento que se vale por sí mismo, sin esperar retribución, por el que te sientes plena e inmensamente feliz. Ello me sirvió para amar aún más a mi madre, más de lo que me podía haber imaginado. Tuve la dicha de gozarla, recibir sus consejos, encontrar su apoyo en la conducción durante los primeros años de mi hijo.

Lamentablemente Dios tenía otros planes para ella y tuvo que partir pronto de este mundo. 

No fue fácil superar el dolor de su partida, sentí su ausencia por muchos años.
Hoy entiendo que nunca me dejó, el amor de una madre jamás termina, no conoce de límites. Estoy segura que ella siempre está a mi lado.

Gracias Dios mío por haberme regalado la vida. Gracias Dios mío por haberme regalado a mi madre.

Marinés MH de S. 

Mayo, 2013