Contador de Visitas

viernes, 31 de mayo de 2013

Brisa de Otoño

Esta composición ha sido estructura sobre el escenario de la estación más incierta del año. Se trata de una alegoría al inevitable destino que nos espera. La muerte, no tiene porqué ser vista como una desgracia o un castigo. Si entendemos la muerte como una transformación, si aceptamos que nuestro paso por el mundo físico es una preparación para evolucionar hacia un nuevo estado de consciencia: disfrutaremos cada instante en que vivimos. No existirá angustia ni temor, sino una total paz de espíritu.

Brisa de Otoño

Quisiera ser la hoja que vuela al viento,

rozar tus cabellos con una suave caricia,
mirarme en tus ojos plácidos y soñadores.
Tocar hasta tus más lejanos pensamientos.


Dejarme caer en búsqueda de la madre,

para darle gracias por el don de la vida,
guarecer en ese cálido regazo que respira,
que murmura, que me abraza y doblega.

Brisa de otoño: condúceme en tu aventura,
llévame raudo a los confines de tu dominio

y en comunión con los cuatro elementos
danzaremos gozosos en alabanza a la vida.

Seré la fogata ardiente, el aliento vital, 

el valle y el cauce cristalino que lo fertiliza.
Seré la doncella eterna que se eleva altiva,
sobre los sueños, la fantasía y el mundo real.


Marinés MH de S.



domingo, 12 de mayo de 2013

Retrato de una madre

El primer poema que escuché fue de labios de mi madre, tenía un pequeño cuadro con letras minúsculas que pendía de una de las paredes de su dormitorio. Tremenda fue mi alegría el día que pude leer aquellas líneas por mí misma.
Hoy transcribo una de las obras literarias de mayor significado en mi vida.

¡Feliz Día a todas las Madres!




Hay una mujer que tiene algo de Dios 
por la inmensidad de su amor,
y mucho de ángel por 
la incansable solicitud de sus cuidados;
una mujer que, siendo joven
tiene la reflexión de una anciana,
y en la vejez, 
trabaja con el vigor de la juventud;
la mujer que si es ignorante 
descubre los secretos de la vida
con más acierto que un sabio,
y si es instruida se acomoda
a la simplicidad de los niños;
una mujer que siendo rica,
daría con gusto su tesoro
para no sufrir en su corazón
la herida de la ingratitud;
una mujer que siendo débil 
se reviste a veces 
con la bravura del león;
una mujer que mientras vive
no la sabemos estimar 
porque a su lado 
todos los dolores se olvidan,
pero que después de muerta,
daríamos todo lo que somos
y todo lo que tenemos
por mirarla de nuevo un instante,
por recibir de ella un solo abrazo,
por escuchar un solo acento 
de sus latidos.
De esa mujer no me exija el nombre
si no quiere que empape de lágrimas
vuestro álbum,
porque yo la vi pasar en mi camino.
Cuando crezcan vuestros hijos,
léanles esta página, y ellos,
cubriendo de beses vuestra frente,
os dirán que un humilde viajero,
en pago del suntuoso hospedaje recibido,
ha dejado aquí para vosotros y para ellos,
un boceto del Retrato de su Madre.

"Retrato de una Madre" - Monseñor Ramón Ángel Jara


viernes, 10 de mayo de 2013

La niña que vino de lejos



Hace una centuria llegaron cruzando los mares desde Europa, unas hermosas niñas con rostro de biscuit y cuerpo de cabritilla o papel maché. Mi abuelo Don Armando Hernández Cuadros, -caballero de rancio abolengo, muy reconocido en su ciudad natal Chincha-, paseaba por el jirón de la Unión en una de sus visitas a "La Tres Veces Coronada Villa". Cuando al pasar por una vitrina, quedó prendado de unos ojos de mar que le miraban con dulzura, era una de las niñas viajeras que ansiosa pedía un hogar para vivir. Le vino a la mente la imagen de su madre María Agripina, de quien no tenía mayor recuerdo que la misma mirada tierna de aquella niña. No tuvo mejor impulso que llevarle una hermanita a su única hija mujer, a la que había honrado con el nombre de su madre.
En la mañana de Navidad, a los pies del hermoso Nacimiento en la casa grande los abuelos, dormida en una hermosa caja de fieltro, le fue entregada a la pequeña María Agripina la que sería uno de sus más preciados bienes durante toda su existencia. Nombró Pina a su nueva compañera de juegos. Pero, acostumbrada a correr a través del campo y a batallar con hombres, tuvo que sufrir varios sustos hasta aprender a tratar con delicadeza a la niña que le vino del cielo, para ensayar la tarea más noble y sublime que le tocó ejercer. Veinticinco años después María Agripina formó un hogar, y a sus cuatro hijos, de los cuales soy la tercera, nos prodigó el mayor de los cuidados y entregó todo el amor que pudo albergar en su corazón. Pina fue conservada como una princesa, sobre la cómoda de mi madre, entre encajes y un vestido suntuoso, tenía un hermoso cabello rubio oscuro que llevaba peinado con bucles. Varias veces tuvo que acudir a la clínica para reparar el daño que alguna niña visitante le hiciera. Pero ella siempre regresaba a nuestro hogar, cual ángel de la guarda para velar nuestros sueños. Ella fue la fiel compañera de mi adorada madre, testigo de sus alegrías y tristezas, hasta que sobrevino su deceso. Tal vez quiso cobrar igual suerte al extrañar a quien tanto la había amado; al poco tiempo cayó de su lugar privilegiado, desmembrada fue confinada a un claustro oscuro y se mantuvo allí hasta que un alma piadosa se acordó de ella. Mi hermano Rolando, el mayor de nosotros, un Pastor de Almas, acogió a Pina bajo su tutela. Como había sido una niña buena, merecía ser identificada con una figura sublime. Qué mejor idea que hacer de ella la representación de la Madre Universal. Sus cabellos se oscurecieron y el ropaje que recordaba una época victoriana, de lujo y esplendor, se transformó en el alba que usan los siervos de Dios, una bella puesta de sol cubrió a la adorable Pina y quedó preparada para ocupar el lugar que su benefactor tenía planeado. No sabemos cuál sería el momento en que debió ser trasladada a su nuevo hogar. Pero no se dio. Permaneció muchos años en una mazmorra oscura, húmeda y maloliente. Rolando ya no está entre nosotros, no pudo cumplir su deseo de ver a Pina en algún altar. Cierto día, buscando fotografías antiguas, encontré a Pina dentro de una bolsa, una intensa emoción invadió todo mi ser, recordé a mi madre y a mi hermano, dos seres a los que les debo mucho amor y a quienes extrañaré por siempre. Dejé a la pequeña en su lugar, pero sabía que la vida nos había unido por alguna razón.
Hace poco más de un año,  me encontraba en la oficina de Sergio González, mi editor, ideando la carátula de "Mariposas en el Convento" y de pronto sentí un fogonazo de inspiración, propuse a Pina como figura central, a Sergio le pareció una idea genial. Acudí a rescatarla del confinamiento y desde ese día cambió la vida para la heroína de nuestra historia. Hoy todos conocen a Pina, a pesar de su fragilidad, está destinada a vencer en las peores circunstancias. Su sonrisa candorosa jamás se apaga y sus ojos de mar son los mismos que encandilaron a mi abuelo, dieron paz a mi madre y mi querido hermano vio en ella a la Virgen celestial  Estoy segura que Pina me sobrevivirá y será por siempre un tesoro familiar.

Marinés Medina-Hernández de Salazar

Noviembre, 2012

http://mariposasenelconvento.blogspot.com/2012/09/pina-la-muneca-de-mi-madre.html


viernes, 3 de mayo de 2013

El Regalo de la Vida




Recuerdo que en los primeros años de mi vida las fechas que albergaban la mayor expectativa y en las que la emoción inundaba todo mi ser, eran  indefectiblemente: La Navidad, el primer día de clases y el Día de la Madre.

De las dos primeras encuentro explicación. Era natural que en mi naciente intelecto mezclara lo mágico con lo real y sintiera que el mundo al que escapaba en mis sueños empezaba  a tener rostro y color.  El momento ansiado de la mañana de Navidad, con el corazón corriendo a todo galope para recibir el premio que me correspondía por haber sido una niña buena. 

Igualmente el inicio del año escolar,  marcaba un hito de algarabía. El uniforme que relucía con el sol. Los zapatos que chillaban de alegría a cada paso. Las amigas que se repetían y las caras nuevas que sonreían.  Todo ese ámbito integrador, me transportaba a un escenario fantástico que me envolvía como un remolino hasta hacerme etérea.

Sin embargo, el Día de la Madre, no correspondía a nada fascinante, me hacía salir del universo paralelo donde estaba inmersa la mayor parte del tiempo. Era el encuentro con la realidad. Mas fue el suceso que logró mantener mi corazón de niña durante todos los años que tuve a mi madre viva.

La imagen más lejana en el pasado me lleva a un pupitre de madera. Me encuentro pegando unos angelitos de Murillo sobre un corazón celeste,  adornado por un lazo carmesí  y escribo la primera palabra que aprendí: MAMÁ.

No tengo el rostro de mi primera profesora, pero recibí de ella, la más grande lección: GRATITUD. Enseñanza que me quedó grabada en el alma.  No hubo Día de la Madre en el que no haya buscado algo especial para ofrecerle a la mujer que me trajo al mundo, como reconocimiento a su excelso amor.

Más adelante, supe el porqué de mi identificación con ella. Me tocó ser madre muy joven y logré entender lo que significaba el amor que había recibido: Un sentimiento que se vale por sí mismo, sin esperar retribución, por el que te sientes plena e inmensamente feliz. Ello me sirvió para amar aún más a mi madre, más de lo que me podía haber imaginado. Tuve la dicha de gozarla, recibir sus consejos, encontrar su apoyo en la conducción durante los primeros años de mi hijo.

Lamentablemente Dios tenía otros planes para ella y tuvo que partir pronto de este mundo. 

No fue fácil superar el dolor de su partida, sentí su ausencia por muchos años.
Hoy entiendo que nunca me dejó, el amor de una madre jamás termina, no conoce de límites. Estoy segura que ella siempre está a mi lado.

Gracias Dios mío por haberme regalado la vida. Gracias Dios mío por haberme regalado a mi madre.

Marinés MH de S. 

Mayo, 2013