jueves, 1 de octubre de 2015
El amarse a sí mismo: El gran amor de nuestra vida
El tema de la autoestima o amor a uno mismo, ha logrado un lugar preponderante en las terapias de superación personal.
El significado del amor propio, conlleva necesariamente a la auto aceptación y respeto por cada uno de los aspectos que comprende nuestro ser: el plano físico, mental, emocional y espiritual.
Comparto con ustedes mi última interpretación sobre el poema: El Ser más Amado, que tiene como fondo musical el tema "Concierto para una voz", grabado en vivo por Danielle Licari.
Lo pueden encontrar en YouTube
https://youtu.be/rAd1hj8i8Pc
miércoles, 16 de septiembre de 2015
Cuando se cree que todo está perdido
Comparto con ustedes la interpretación de uno de mis poemas más representativos.
Lo pueden encontrar en youtube
https://www.youtube.com/watch?v=q90rEm_JN4s&feature=youtu.be
Lo pueden encontrar en youtube
https://www.youtube.com/watch?v=q90rEm_JN4s&feature=youtu.be
sábado, 14 de junio de 2014
A través del Cristal
La presente composición está dedicada a todos mis amables amigos y seguidores papás, trata sobre la visión de un hijo o hija con respecto a su vida y al papel preponderante que juega su amado padre en las diferentes etapas del devenir natural de sus días.
Para que no divaguen demasiado sobre el porqué del título, les adelantaré que toma énfasis en la primera y última estrofas, ya que el protagonista transmite su sentir, al ver a su padre a través de un cristal.
A través del cristal
Ojos que lo dicen todo y a pesar de ello,
navegan en la vaguedad de sus sueños.
Mariposas que lanzan abrazos furtivos,
más tiernos que el almíbar de invierno.
Hamaca tibia de palpitar seguro,
voz que murmura besos,
caricias que raspan.
Ese es mi papá.
Rumbo hacia el arco colorido y excelso,
viaje placentero de cálidos recuerdos,
noches que en un suspiro se hacen días,
auroras presuntuosas e interminables.
Mano serena cual timón firme,
pecho henchido de amor,
pasos hacia el futuro.
Ese es mi papá.
Remontar vuelo hacia mi propio destino,
choque de alas contra muros inclementes,
palabras que calman y lo aplacan todo,
bálsamo en mis momentos de infortunio.
Fanal refulgente de mis días,
estampa alba que ilumina,
entendimiento diáfano.
Ese es mi papá.
Orgullo inherente de
mis años maduros,
logros construidos sobre cimientos firmes.
Retribución justa al que iluminó mi rumbo,
al faro fiel, mi consejero, mi mejor amigo.
Avanzar pausado y diligente,
sabiduría majestuosa,
mirada solemne.
Ese es mi papá.
Abismo insondable en el mar de las ideas,
agua calma, travesía estrellada en ciernes.
Evocación que fluye de tortura a contento,
remolino de voces y almas en desconsuelo.
Envoltura bendita de ojos apagados,
materia inerte que sabe a vida,
luz que amaré por siempre.
Ese es mi papá.© Marinés MHdeS
Junio 14, 2014
lunes, 2 de junio de 2014
El Altar Peregrino
Torrente
de vida que acompañas mis días y sombras,
llévame
a la luz real de la sabiduría omnipresente,
guaréceme
en la espesura de tus verdes entrañas,
despierta
en mí la nobleza de tu esencia dormida.
Desde
la llanura de valles y desiertos adyacentes,
subiré
sobre la cuesta de caminos tortuosos,
panorama
silente en gélidos suspiros,
abraza
mis temores, turba mis sentidos.
Visiones
extremas, paraísos ignorados,
aliento
de ángeles perdidos en el tiempo,
roca
que horada otra roca, que acorta la vida,
y
que renace con el fulgor del Eterno Compasivo.
Paradigma
místico y amor real llevado a los altares,
veinte
siglos de historia marcan el penoso cargamento,
vidas
consagradas entregadas a los anales de la Iglesia,
ruegos
y clemencias negligentes, diferencian el camino.
Paliativos
creados por la intransigencia humana,
son
flagelos que reprimen el encuentro verdadero,
la
unión entre el Dios Vivo que mora en sus criaturas,
inspiración
inextinguible de Fe y Caridad infinitas.
Piedras
al rojo en confluencia con el Universo,
avatares
que conducen al despertar genuino,
candil
que se enciende en llama interminable.
alimento
exquisito que fortalece y renueva,
transición
de mis sueños, realidad en la partida.
© Marinés
MH de S
Mayo, 2014
viernes, 14 de febrero de 2014
Un Concierto Cerca del Cielo
En homenaje a todos los corazones enamorados como el mío, les dedico una pequeña composición en prosa.
Narra la historia de un abogado solitario, un hombre que a través del tiempo tuvo muchos amores, pero que nunca olvidó a su primer gran amor. De repente, el destino está a punto de darle una última oportunidad. Tal vez, logre consolidar el amor del pasado o quizás termine por despertar de un sueño, teniendo que enfrentarse a una cruel realidad.
Un Concierto Cerca del Cielo
Narra la historia de un abogado solitario, un hombre que a través del tiempo tuvo muchos amores, pero que nunca olvidó a su primer gran amor. De repente, el destino está a punto de darle una última oportunidad. Tal vez, logre consolidar el amor del pasado o quizás termine por despertar de un sueño, teniendo que enfrentarse a una cruel realidad.
Un Concierto Cerca del Cielo
Nunca olvidaré los ojos de Evelina,
permanecen imborrables en mi recuerdo como la primera vez que nuestras miradas
se cruzaron.
Era una mañana fría de abril, cuando
iba presuroso para no llegar tarde al colegio y encontré en el paradero a
Gonzalo, quien estaba acompañado de su hermana menor, Evelina, la que sería el
gran amor de mi vida. Saludé a Gonzalo con la cabeza y de inmediato fijé la
mirada en esa dulzura que me estaba contemplando, ella de inmediato miró hacia
otro sitio, pero yo no dejaba de admirarla embelesado, porque todo en ella me
parecía perfecto. Su rostro era ni más ni menos como me había imaginado sería
el rostro de un ángel, y su cuerpecito era el de una niña todavía, un capullo próximo a convertirse en una
hermosa flor. Una mujercita en crisálida, en vísperas a los doce años y yo
acababa de llegar a trece en verano; aunque era algo diminuto para mi edad,
tenía la actitud y la soltura de un galán seductor. Sé que la impresioné por mi
andar seguro y mirada felina, la misma que me había valido el apodo de “Gato”,
no sólo por los ojos claros, que heredé de mi abuelo zaragozano, sino porque a
mis padres se les ocurrió la feliz idea de bautizarme con el nombre de Ágato,
por el santoral del día en que nací. Finalmente, prefería que me llamaran Gato,
porque sonaba menos raro que el nombre que me impusieron y que nunca escogí.
Aquella niña de rostro celestial, con
ojos enormes y cautivadores que parecían un par de uvas borgoña entre los
pétalos de unos ñorbos, se turbaron ante la persistencia de mi mirada. Aquellos
luceros irradiaban curiosidad y asombro, al mismo tiempo ingenuidad y
coquetería. Me sentí realmente subyugado ante la vivacidad y el candor de Evelina.
A partir de ese día empecé a escribir poemas inspirado en la inocente musa, me creía Cyrano de Bergerac, escribiéndole a una amada, que tal vez nunca sabría que de mi corazón brotaban los más hermosos versos avivados por la llama del amor que en mi pecho nacía.
Evelina, era una chica diferente a las demás. Siempre formal, casi nunca salía de su casa, tocaba extraordinariamente el piano. Todos los vecinos se deleitan escuchando sus suaves acordes. No tenía hermanas mujeres, sólo dos hermanos: Gonzalo, el mayor de los Corcuera, iba a cumplir catorce y Héctor, hacía poco había cumplido diez. Mientras que, en mi casa éramos ocho, mi papá trabajaba de chofer en la cervecera Centenario y mi madre era una verdadera amazona, habiendo tenido que criar a ocho fieras; yo era el tercero, éramos cinco hermanos hombres y tres mujeres, todos estudiábamos todavía en el colegio, mi pobre hermana Maricela, la que me seguía, era la que tenía que cuidar a la prole cuando mamá salía. Los tres mayores éramos más de la calle, yo generalmente estaba en la puerta de mi quinta, haciendo las veces de vigilante, porque nuestro vecindario era un poco peligroso y al menos mi presencia y la de otros muchachos imponía algo de respeto y no se perpetraban robos en mi cuadra.
Evelina, era una chica diferente a las demás. Siempre formal, casi nunca salía de su casa, tocaba extraordinariamente el piano. Todos los vecinos se deleitan escuchando sus suaves acordes. No tenía hermanas mujeres, sólo dos hermanos: Gonzalo, el mayor de los Corcuera, iba a cumplir catorce y Héctor, hacía poco había cumplido diez. Mientras que, en mi casa éramos ocho, mi papá trabajaba de chofer en la cervecera Centenario y mi madre era una verdadera amazona, habiendo tenido que criar a ocho fieras; yo era el tercero, éramos cinco hermanos hombres y tres mujeres, todos estudiábamos todavía en el colegio, mi pobre hermana Maricela, la que me seguía, era la que tenía que cuidar a la prole cuando mamá salía. Los tres mayores éramos más de la calle, yo generalmente estaba en la puerta de mi quinta, haciendo las veces de vigilante, porque nuestro vecindario era un poco peligroso y al menos mi presencia y la de otros muchachos imponía algo de respeto y no se perpetraban robos en mi cuadra.
Todas las tardes acudía puntual a las
cinco, para cruzarme con Evelina en el camino hacia la panadería. Si ella
hubiera sido otra niña, la hubiera abordado sin miramientos, pero no quería
provocar su rechazo, necesitaba ganarme su confianza. Sólo atinaba a saludarla
y ella, dócil y turbada correspondía con una veloz mirada que para mí era
suficiente. Ese segundo en que nuestros ojos se conectaban, bastaba para que mi
hermosa doncella comprendiera que era a ella a quien amaba.
Aunque para mi corta edad era bastante
entendido en cosas del amor, estructuré un plan para acercarme a Evelina sin
resultar evidente en mis pretensiones. Todos los viernes jugábamos fulbito en
la canchita del barrio, me acerqué a Gonzalo para ofrecerle intercambiar
ejemplares de historietas... éste sin titubear, me dejó llegar hasta la puerta de
su casa, mientras hacíamos el canje de nuestros efectos preciados.
La misma operación se repitió varias
veces, hasta que en una afortunada ocasión, salió a recibirme Evelina. El corazón
me dio un brinco y empezó a galopar cual raudo corcel presuroso en pos de su
potranca. Tuve que respirar profundo para recuperar el aliento. No me salía
palabra alguna. Había esperado tantas veces ese momento, pero nunca me había
preparado para experimentar una emoción tan profunda.
Ella inició nuestra pequeña charla:
-
Hola
-me dijo agitando los abanicos que adornaban sus adorables ojos color noche, en
que fulguran las estrellas.
-
Hola…Ev…
Evelina… ese es tu nombre… ¿verdad? -se me trababan las palabras.
-
Sí,
así me llamo y ¿tú? -seguía mirándome y yo estaba como hechizado, no dejaba de
sonreírle, porque todo mi cuerpo se llenaba de felicidad.
-
Enrique
-le dije mi segundo nombre, que es el que empleaba en las ocasiones formales.
-
Pero…
He escuchado que te dicen Gato -me dijo muy resuelta con mirada pícara, sin
dejar de abanicar sus dos inmensos faroles.
-
Sí
pues, si me dices Enrique voy a pensar que estás dirigiéndote a otra persona -los
dos sonreímos festejando mi ocurrencia que de original no tenía nada.
-
¿Vienes
a buscar a Gonzalo? -me preguntó y yo le contesté tratando de ser lo más
convincente.
-
Sí
¿Está tu hermano? -hubiera querido que esos minutos se hicieran eternos para
compartir toda mi vida con la mujer de mis sueños.
-
No,
acaba de salir para hacer una Asignación en grupo -de repente sentí que el
destino era generoso conmigo y me estaba dando mayor tiempo para ahondar en sus
pensamientos.
-
Ah…y
tú ¿sales? -le pregunté lanzándome de un clavado a la piscina con zapatos
puestos.
-
¡Evelina!...
¿Quién es? -se escuchó la voz de la señora Altagracia, la madre de mi princesa.
-
Es
un amigo de Gonzalo, mami... ya le dije que no está -de inmediato me hizo señas
para que me vaya.
-
Ya…chau,
le dices que vine a buscarlo por favor. Regreso mañana a ver si tengo suerte -le
regalé mi mejor guiño y caminé erguido, contorneando las caderas por mis botines
con taquito aperillado, orgulloso de haber cruzado palabra con mi bien amada.
El siguiente puente que debía franquear era sin duda la señora Altagracia, solemne dama, de educación conservadora, fiel cumplidora de los preceptos de la Iglesia. Todos los domingos iba a misa a las 8 de la mañana, con su mantilla española, acompañada de su esposo y sus tres hijos, todos correctamente ataviados para presentarse ante el Señor.
Aunque yo no iba a Misa desde que había
hecho la Primera Comunión hacía tres años, decidí reencontrarme con Cristo y
acudí un domingo del mes de junio a la capilla donde la familia de Evelina
asistía. Preparé mis mejores galas. Lustré mis zapatos, me bañé y me eché la
colonia “Salvaje” de mi papá; por supuesto, también me peiné. Algo que
usualmente no hacía porque tenía el cabello bastante rebelde, con dos remolinos
que impedían decidir hacia qué lado debía ir la raya. Debiendo usar abundante
“Glostora” pues era la única manera de doblegar tan insurrecto pelambre. Eso
era algo que no podía hacer todos los días. Sólo porque la ocasión así lo ameritaba
me presenté como un Dandy en el templo, ante la sorpresa de propios y extraños
que no comprendían a qué se debía el gran cambio.
La señora Altagracia, estaba rodeada
de la familia real, a su lado el príncipe consorte, -que por coincidencia se
llamaba Felipe como el marido de la Reina Isabel de Inglaterra- seguido por el
pequeño Héctor y en el extremo iba Gonzalo; al lado de la señora Altagracia, hacia
el extremo más cercano a la nave central, estaba la preciosa Evelina. Se veía como una diosa, con un vestido de gasa, adornado por su largo cabello
oscuro, peinado con rizos que llevaba hasta la cintura.
A la salida del templo, finalizada la
Misa, se apostaba el padre Peter, sacerdote belga, quien había sido el celebrante
y tenía por costumbre despedir personalmente a todos los feligreses uno por
uno. Me adelanté un poco para saludar al padre Peter, de tal modo que la
familia Corcuera me pudiera ver. El padre Peter ni sabía quien era yo, pero
igual me saludó como si me conociera de toda la vida. Procuré que mi presencia
se hiciera notoria y luego me rezagué para conseguir una golosina en el kiosko
de periódicos. Al pasar Gonzalo por mi lado, me saludó. Aproveché para
recordarle que no habíamos realizado el intercambio de revistas esa semana y
que podríamos hacerlo en el momento. Le pareció buena idea y me acoplé al
grupo, no sin antes, saludar a todos muy cortésmente.
Así fueron pasando los días, no
pretendí hacer mayor intento por acercarme a Evelina. Sabía que en su casa le
tenían prohibido hacer amistad con gente del barrio, así que tenía que ganarme
a la familia, de lo contrario mi vida se convertiría en el más cruel de los
calvarios.
La oportunidad se presentó cuando un
día sábado vi a la señora Altagracia, viniendo del mercado y me ofrecí a
cargarle el bolsón que traía colmado de provisiones. Ella, ni corta ni perezosa,
aceptó de muy buen agrado y me gané “un gran poroto”. Al llegar a su casa,
Gonzalo me relevó en la tarea y la señora de despedida me regaló un racimo de
uvas, -que me recordaban a los ojos de Evelina-. Mientras saboreaba tan dulce
manjar, cada grano me sabía a gloria. No dejaba de pensar en que el camino se
estaba allanando y pronto terminaría mi tormento.
La siguiente ocasión se presentó muy
pronto. Fue de lo más afortunada: Me encontraba a las siete de la noche
peloteando un rato en el parque, cuando escuché un grito, alcancé a ver que un
desconocido estaba forcejeando con una señora para arrebatarle la cartera.
¡Cuál fue mi sorpresa!... Reconocí que la víctima era la madre de mi amada. -En
casos así, nadie se solidariza. Los malhechores creen que estamos en tierra de
nadie-. No necesité pensarlo dos veces, corrí tirando piedras hacia el agresor y
éste desistió de su propósito, se fue corriendo pensando que éramos varios los
que iríamos contra él. Al acercarme a la
señora Altagracia, ésta estaba temblando. Sin embargo, se había defendido como
una leona y eso le permitió no perder sus pertenencias. Me abrazó y hasta me
dio un beso. Yo no lo podía creer, una señora tan elegante me estaba
gratificando de esa manera, sin importarle que estaba bañado en tierra y
empapado en sudor. La acompañé hasta su casa y nos abrió la puerta Evelina,
estaban todos sus hijos y presurosos la atendieron. Me despedí para retirarme,
pero la señora Altagracia insistió en que me quedara para tomar un lonche. No
me pude negar y terminamos de pasar una velada inolvidable.
Pasado el susto, a los pocos minutos,
todos echamos a reír concluyendo que el ladrón era un infeliz principiante y
que había huido presa de espanto, creyendo que todos los que estaban jugando en
el parque lo iban a linchar. Sin pensarlo habíamos contribuido a su
rehabilitación.
-
A
ese no le van a quedar ganas de regresar -decía a carcajadas la señora
Altagracia.
-
Si a todos los ladrones novatos les dieran un buen susto, buscarían que ganarse el
pan honradamente -acoté con convicción.
-
En
estos casos la letra con sangre entra -añadió Gonzalo, continuando el toque de
humor.
Evelina, se mantenía callada, pero yo sentía su mirada, tenía que disimular y evitar verla a los ojos para no ser descubierto en mis más profundos sentimientos. Mientras tanto, disfrutaba ese momento, en el que me sentía tan ligado a su familia y tan cerca de ella, como lo estaba siempre por el corazón y el pensamiento.
Cuando llegó el señor Felipe, también
vio con satisfacción mi presencia y me trató con suave deferencia. Enalteció mi
gesto y expuso una extensa perorata sobre los valores cívicos y su importancia
en las sociedades desarrolladas.
De esa fecha en adelante, mis visitas
a la casa de la familia Corcuera se hicieron más asiduas, ya no necesitaba
justificar mi presencia a través de Gonzalo. La señora Altagracia cada vez que
me veía en la calle, me invitaba a pasar a su casa para conversar con toda la
familia y tomar un lonche.
En realidad, cuando iba a su casa, no
tenía oportunidad de conversar con Evelina, ella era muy callada cuando se encontraba en
familia. Por otra parte, no podía evidenciar mi interés hacia ella. En aquella
época las hijas mujeres eran muy sumisas y debían cumplir las reglas que le
imponían los padres, ellos eran los responsables de su formación moral, la que estaba orientada hacia la virtud y el decoro.
Toda la monotonía se rompía cuando
Evelina tocaba el piano, realmente se transformaba, era como si el mundo
desapareciera para ella y sólo existiera la música. Mozart, Chopin, Beethoven,
se confluían al unísono con la tierna y talentosa Evelina. No podía dejar de
admirarla extasiado, mientras escuchaba las dulces melodías que surgían de sus
manos.
Para el mes de Setiembre, Evelina
tendría un paseo escolar con motivo de celebrar el inicio de la primavera. -Accedí a esta información por una conversación que ella sostenía con su madre
en una de mis rutinarias visitas a su casa.
-
Mami, el paseo a Santa Eulalia va a ser este viernes, hasta mañana tenemos plazo para
pagar la cuota -le dijo Evelina a su madre.
-
Ya,
me haces acordar para darte el dinero mañana ¿Me dijiste a dónde van a ir? -preguntó
la señora Altagracia.
-
Al Club de los Ferroviarios -le contestó su hija.
-
¿Cómo
a qué hora deben estar llegando allá? -seguía indagando la mamá.
-
Calculo
que a las diez de la mañana a más tardar, se supone que vamos a partir del
colegio a las 8, pero siempre salimos más tarde -agregó mi princesa.
-
¿A
qué hora estarán de regreso? -añadió la señora Altagracia.
-
Imagino que de cinco a seis, esos paseos no terminan tan temprano -enfatizó Evelina.
-
Ya,
está bien. Total, siempre vienes acompañada de tus amigas -dijo la madre, en
tono concluyente.
Tomé nota de toda la información que
proporcionó Evelina y me decidí a darle el encuentro en el local que había
indicado. Por ser un lugar público, podría ingresar libremente por el pago de la entrada.
Además, me sería fácil acordar con un grupo de amigos para llegar
hasta allá.
Llegó el tan ansiado día del paseo. Me
percaté que Evelina asistiera a dicha actividad y emprendí el viaje por mi
cuenta con dos compañeros del colegio Rigoberto y Bruno. Llegamos al
emplazamiento señalado y esperamos a que abrieran para ser los primeros en
ingresar.
Efectivamente, el grupo del colegio de
Evelina, llegó cerca de las 10 de la mañana, alcancé a divisarla, ella ni se
imaginaba que la estaba observando. Llevaba puesto el buzo del colegio y el
cabello amarrado en una cola muy alta que meneaba al compás de sus pasos,
dejando ver con claridad la armonía de sus facciones en que resaltaba el
magnetismo y la potestad de su mirada.
Acompañado por mis socios de
aventuras, nos ubicamos en un lugar estratégico, no tan cerca del grupo de
Evelina; pero si bastante apropiado para no perder de vista a la inspiración de
mis días.
Cerca de mediodía, nos decidimos a aparecer en la contienda. Mi niña bonita acompañada de tres amigas, se habían
alejado del grupo y trataban de cruzar el río; aparecimos de la nada, como los
ángeles salvadores enviados por el protector de los justos e inocentes. Cual
fue la sorpresa de Evelina que sus ojos se extendieron inconmensurablemente y
enseguida estalló en una risa que más que regocijo era la melodía del canto de
las aves.
-
¡¡¡Gato!!! ¿Tú... aquí? -preguntó entre sorprendida, perpleja y complacida.
-
Claro,
nosotros también hemos venido de excursión a este sitio, está de moda -atiné a
decirle tratando de fingir una mentira tan obvia.
-
¡Qué
bueno! Por lo visto las coincidencias existen -contestó en un tono pícaro, sin
evidenciar la complicidad de mi historia.
-
¿Quieres
cruzar? Te ayudo -la tomé de las manos por primera vez y sentí un temblor que
parecía quebrar toda mi humanidad. También pude sentir que sus pulsaciones iban
a más de mil y mientras la conducía por el camino más seguro, pudimos cruzar
aquel río rugiente que se había confabulado para hacer de aquel lugar, el
paraíso ideal de nuestro encuentro.
-
Y
ahora… ¿Qué hacemos? -me preguntó mostrándose vulnerable y deseosa de aceptarme
como su adalid. De inmediato capté el mensaje y tomé la directriz de la
expedición. Me sentía como los personajes mitológicos y literarios, esos seres
de ficción con el que toda mujer sueña. Estaba absorto en la utopía que había
creado mi mundo imaginario.
-
Vamos
a subir ese cerro, debe ser la cuna de civilizaciones extinguidas -de pronto
afloró todo mi talento creativo y atraje la atención de los presentes, quienes
se dejaban llevar por el encanto mágico del momento. Estábamos realmente
estimulados por la quimera de nuestros sueños y el ímpetu de las hormonas que
invadían nuestro ser.
Rigoberto, que era el más corpulento,
ayudaba a subir a dos amigas de Evelina, Consuelo y María Gracia. Bruno apoyaba
a Iracema, la tercera compañera de mi doncella. Algo rezagados íbamos los dos,
adelante Evelina y yo detrás atento por si debía socorrerla en algún traspié
inesperado.
La subida se hacía interminable,
estaríamos por cumplir cerca de una hora escalando y no encontrábamos el sitio
adecuado para descansar. En nuestro ascenso se veía cada vez más distante el
local de donde partimos, alcanzamos a ver no sólo ese sitio, sino todos los
locales campestres vecinos, podíamos divisar casi todo el valle. Sin embargo,
en nuestra escalada reconocíamos lo que sería una ruta antigua, marcada por el
paso del hombre.
Al llegar a la cima, ante nuestra
fascinación, descubrimos otro universo. Al otro lado de la montaña florecían
pintorescas comunidades de lugareños, personas que vivían apaciblemente lejos
del bullicio de la ciudad y ajenos a la inseguridad que conlleva vivir en un
medio tan hostil como es la enmarañada jungla de cemento.
Unos niños muy pequeños, salieron
alegres a nuestro encuentro, hablaban una
mezcla de quechua y castellano, nos llevaron hasta donde se encontraban
unas señoras haciendo sombreros de paja y nos ofrecieron sus creaciones.
-
Señorita,
llévese un sombrero para protegerle su carita que es tan bonita -le dijo una
señora muy joven a Evelina, ella sonrió moviendo la cabeza en una triste
negativa que dejaba traslucir su deseo de poseerlo.
Oportunamente, yo había llevado el dinero que
ganaba los fines de semana lavando carros en el centro de Lima. Mi padre nos
había inculcado que el trabajo ennoblece, infundiéndonos a ganar dinero honradamente
desde edad muy temprana, porque a un
hombre -según él nos decía- nunca le debía faltar plata en el bolsillo -ese fue
el mayor legado de nuestro padre, aparte de nuestro apellido Valladolid: La
devoción al trabajo digno.
-
Vamos
Evelina, pruébatelo, el sol y el viento están golpeándote en la cara -le dije,
tomando el sombrero y poniéndoselo sobre la cabeza.
Al instante ante
mis ojos vi la imagen de una princesa y el sombrero se convirtió en una corona
de diamantes que brillaban tal candiles incandescentes. En ese momento tuve que
contenerme para no estamparle un beso en los labios, porque la sentí tan cerca
y tan frágil, que sólo por su cándida sonrisa no quise robarle la ingenuidad de
sus candorosos 12 años.
-
¿Me
queda bien? -preguntó coqueta la inocente niña.
-
Claro…
Si pareces una princesa -dije algo trémulo todavía impactado por todas las
emociones que en mí despertaba aquella muchacha.
-
No
te burles, si sólo es un sombrero -dijo en tono defensivo porque se estaba
turbando ante la impertinencia de mis palabras.
-
No,
disculpa…está bien…te queda bien… yo te lo compro, es un obsequio -se lo dije a
modo de súplica y en desagravio por haberme excedido en tamaña galantería.
-
Ah,
gracias, me encanta y es cierto que el sol me estaba agotando, ahora me siento
mejor, mucho más aliviada -dijo más sosegada mi princesa, mientras yo no dejaba
de admirar su hermosura y la gracia natural que la engalanaba.
Seguimos recorriendo aquel hermoso
paraje, imbuidos por el encanto de ese bello lugar. Íbamos haciendo chacota de
la odisea que había significado nuestro ascenso por el camino más escabroso que
pudimos escoger. Cuando... Caímos en la cuenta de haber interrumpido la profunda
meditación en la que se encontraba un anciano, apostado bajo la sombra de un árbol
de eucalipto.
-
Disculpe
señor, buenas tardes, hemos llegado por casualidad y estamos tratando de
encontrar el camino de regreso a Santa Eulalia -le dije tomando la iniciativa
por considerarme el caudillo del grupo.
-
Ah
muchacho, tú debes estar enamorado de alguna de estas jovencitas para atreverte
a conquistar el mundo sin estar preparado para la guerra -dijo en un tono
altivo y a la vez majestuoso, por la sabiduría que da el largo paso por la vida.
-
Disculpe
señor, pero usted a mí no me conoce, yo soy una persona de bien y no tengo más
que una sana intención para con estas mozuelas -le increpé cortésmente pero a
la vez con energía.
-
No,
si eso no tendría nada de malo, jovencito, estás en la edad propia del
romanticismo, cuando nace el amor puro y sin exigencias -aclaró el gentil
caballero.
-
Señor,
usted parece que no fuera de acá tampoco ¿En dónde nació? -me percaté de sus
ojos celestes, casi imperceptibles por el maltrato de los años.
-
Nací
en Alemania, hace muchísimos años, sufrí los horrores de la guerra y perdí a
casi toda mi familia. Luego vine al Perú, hasta que conocí San Gerónimo, que es
el nombre de este lugar y aquí he formado una nueva familia, es en esta tierra
donde estarán descansando mis huesos hasta el fin de mis días.
-
Sí,
este lugar es muy placentero, parece que fuera el Edén -remarqué con total
sinceridad.
-
Muchachos,
hacía tiempo que no teníamos visitantes, salvo los cazadores de perdices que
vienen dos veces al año, nadie más se asoma por estos rincones.
-
¿Cazadores
de perdices? Pero si las perdices son las aves de los cuentos de hadas. Yo
pensaba que sólo existían en Europa -añadí con desenfado.
-
Ocurre
que tenemos plantaciones enormes de tunas y las perdices se alimentan de los
brotes de las plantas, por eso tenemos que equilibrar el ecosistema y es
necesario depredarlas cada cierto tiempo. Hasta acá vienen unos paisanos míos
que se encargan de cazarlas, toda la comunidad les da un dinero para que lo
hagan, el producto de la caza sirve para alimentar a las familias de la zona
por buen tiempo y otra parte se dona a un convento de niños huérfanos.
- ¡Qué
bien! Ojalá todas las cacerías se hicieran con fines así de generosos -apunté
recordando las enseñanzas de mi padre que nos pedía respeto hacia todo tipo de
ser viviente sobre la tierra.
-
Cuenta
una leyenda que un cazador furtivo, de esos que cazan por placer, arribó a este
lugar, donde se ha logrado la consonancia entre el hombre y la naturaleza. Tal
fue la reacción de la madre tierra que ocasionó un derrumbe y lo dejó encerrado
en una cueva, su espíritu quedó vagando y su cuerpo nunca fue encontrado.
Algunos dicen que su espíritu atormentado no se arrepiente, por eso sus
disparos se convierten en truenos que descargan lluvias sellando aún más la
salida de la cueva donde quedará atrapado por siempre.
-
Vaya
que interesante señor -todos escuchábamos embebidos el relato de nuestro interlocutor,
pensando que en ese lugar existía justicia y que los cuentos de hadas no eran
nada, comparados a la vida en San Gerónimo, donde al final todos viven felices
comiendo perdices.
Fue el señor Klauss, que así dijo
llamarse nuestro anfitrión, quien nos indicó el camino de regreso, nos llevaría
a un kilómetro de distancia del lugar donde habíamos partido.
Al despedirnos, me susurró al oído:
-
Estoy
seguro que serás un hombre de bien y te casarás con la niña de tus sueños -lo
dijo señalando con la mirada a Evelina. No atiné a decirle nada, el candor de
mi niña soñada, me hacía renunciar a todas las pretensiones que pudiera
imaginar.
Antes de descender, me paré en el
borde de la cima y divisé todo el mundo a nuestros pies, elevé los ojos al
cielo, tomé de la mano a Evelina y le dije:
-
Me
gustaría que algún día regresáramos a este sitio y tú puedas dar un concierto
con la bella música que brota de tus manos -enuncie en tono vacilante y
pensativo.
-
No
te preocupes, algún día cumpliré ese sueño tuyo, te lo prometo, haremos un
concierto cerca del cielo.
El viaje de regreso, fue mucho más
corto. Llegamos cerca de las cuatro de la tarde al club de ferroviarios, los ómnibus
estaban todos en fila, esperando por las alumnas para emprender el retorno a
sus hogares; alcanzamos el bus del colegio de Evelina cuando estaba a punto de
partir. Rigoberto, Bruno y yo nos
mantuvimos ocultos para no ser descubiertos por alguna de las autoridades del
colegio y cuando vimos partir al vehículo, salimos de nuestro escondite para
regresar por nuestra cuenta a Lima.
Evelina, mantuvo en secreto nuestro
encuentro en Santa Eulalia, mis visitas a su casa se hicieron más distanciadas,
porque me sentía apocado para seguir avivando mi amor hacia aquella niña. La sentía
inalcanzable, no por considerarme disminuido ante ella, sino porque su esencia
era demasiado angelical para ser turbada por un cariño terrenal.
Por el mes de Noviembre, las cosas se
tornaron sombrías en mi hogar, mi madre enfermó a raíz de una complicación que
tenía en los ovarios y tuvo que ser intervenida de emergencia. Tuvimos que
repartirnos el cuidado de nuestros hermanos menores. Recuerdo que muchas veces
llevaba a mi hermano Esteban de cuatro años al parque, para que jugara con sus
carritos mientras yo peloteaba un rato.
Teníamos a mamá en casa, muy delicada, recuperándose de una operación de alto riesgo y nos alcanzó la Navidad sin tener nada preparado.
Cierto día cercano a la Navidad, encontré a la señora Altagracia cerca de su casa y me preguntó por el estado de mi madre, le comenté que todavía no estaba recuperada totalmente y que era poco probable que mis padres hayan comprado regalos para mis hermanos menores.
Cierto día cercano a la Navidad, encontré a la señora Altagracia cerca de su casa y me preguntó por el estado de mi madre, le comenté que todavía no estaba recuperada totalmente y que era poco probable que mis padres hayan comprado regalos para mis hermanos menores.
-
Pero
Gatito, es necesario que todos vayan a la Misa de Gallo y rueguen por la
recuperación de tu madre -insistió la doña.
-
Sí señora Altagracia, eso a mi también me gustaría, pero no tenemos silla de ruedas
para llevarla -le dije un tanto angustiado.
-
De
eso no te preocupes, yo te consigo prestada la de una tía, ella tiene varias -concluyó
muy resuelta la dama.
-
Gracias
señora Altagracia, se lo agradeceré enormemente -realmente estaba muy conmovido
por tanta generosidad.
Tal como lo había ofrecido, al día
siguiente, Gonzalo tocó la puerta de mi casa y traía la silla de ruedas que su
mamá nos había conseguido.
Esa Noche Buena, todos los Valladolid nos
preparamos al encuentro con Cristo: mi papá se puso su mejor saco, los hombres
fuimos de cuello y corbata, las niñas con los vestidos más hermosos y mi madre,
se veía tan linda con el cabello recogido y pintura en los labios. -Había bajado
tanto de peso que estaba luciendo el mismo vestido que llevaba en una foto de
hacía diez años.
Cuando llegamos, se encontraban en el
templo los Corcuera, voltearon para saludarnos con la mirada y una sonrisa en
los labios.
Cuál fue nuestra extrañeza cuando al
final de la Misa, en el árbol había regalos para cada uno de nosotros, la
señora Altagracia se había preocupado de organizar la celebración y sin
saberlo, tuvimos la mejor Navidad que recuerde en mis años juveniles.
El regalo más hermoso que tuvimos
todos los presentes, fue cuando después del reparto de regalos, Evelina se
acercó al piano y nos brindó una muestra de su arte -me sentí transportado
hasta San Gerónimo e imaginaba a mi adorada virtuosa dando un concierto cerca del cielo, frente a
un público que la admiraba extasiado.
Mi madre se recuperó al poco tiempo y
todo volvió a ser felicidad en mi hogar; pero algo había cambiado, ya no
recargábamos el trabajo del cuidado de los menores en mi hermana Maricela, nos
asignamos nuevas responsabilidades y aprendimos a colaborar con la ardua tarea
de velar por los más pequeños.
Antes de terminar el verano, cuando me
encontraba peloteando un rato en el parque acompañado de mi hermanito Esteban,
advertí que se había desplegado un movimiento inusitado en la casa de los
Corcuera: ¡Había un camión de mudanza y estaban cargando sus enseres! Mi corazón
se llenó de aflicción evidenciando que recibiría una triste noticia, me acerqué
para averiguar qué pasaba y fue Gonzalo quien me confirmó lo que temía:
-
Sí,
cuñadito -lo dijo involuntariamente por costumbre- nos estamos mudando, nos
vamos a una casa propia, esas que ya están construidas y las pagas en varios
años.
- ¿Así? ¡De aquí cuándo nos volveremos a ver! -Le dije, tratando de ocultar mi
profunda tristeza.
-
Pienso
seguir viniendo los viernes a jugar, nos estamos mudando a una urbanización
nueva, allá no conocemos a nadie, aquí están mis amigos de varios años, hemos
pasado buen tiempo acá, tenemos buenos recuerdos -asintió Gonzalo.
-
Quisiera
despedirme de tu mamá ¿Puedo pasar? -Se lo pedí tímidamente.
-
Claro,
más bien "a ellas" va a ser difícil que los vuelvas a ver -sentí sus palabras
como un puñal en las entrañas.
Encontré a Evelina, sentada,
pensativa, acariciando uno de sus peluches.
-
Evelina,
te vas -traté de tragarme las lágrimas que llenaban mis ojos.
-
Sí
Gatito, ojalá vayas a visitarnos algún día -lo dijo mirándome a los ojos y sentí
dolor en sus palabras.
La señora Altagracia, también se me
acercó y tuve que despedirme rápidamente, no quería que notara la consternación
que me envolvía.
-
Señora
Altagracia, quería agradecerle por todo lo buena y amable que ha sido usted y
todos en su casa para conmigo y mi familia -le dije retomando mi conocida
elocuencia.
-
Hijito,
todo en esta vida es prestado, el mundo da vueltas, cuando yo te necesité tú
estuviste allí para protegerme, eso nunca lo olvidaré. Que Dios te bendiga. Cuando
puedas ve a visitarnos, dile a Gonzalo que te lleve cualquier día que él esté
por acá -me regresó el alma al cuerpo porque llegó a mí un hálito de esperanza.
Lamentablemente, Gonzalo sólo regresó
una vez al barrio. Así que perdimos el contacto muy pronto. Nunca más nos
volvimos a ver. Pero me mantuvo vivo la esperanza de ver algún día por la
calle, siquiera por casualidad, a Evelina.
Mi hogar empezó a prosperar cuando mis
hermanos mayores y yo terminamos el colegio y nos pusimos a trabajar, nuestros
hermanos menores estudiaron alguna profesión y más adelante nosotros retomamos los
estudios para terminar siendo profesionales todos.
Han pasado treinta años desde la
última vez que vi a Evelina y hoy tuve la primera noticia suya en todos estos
años, encontré una nota por internet donde anuncian la llegada a nuestro país
de una gran concertista nacional que triunfa en Europa, Evelina Corcuera, mi
adorada Evelina, la misma musa de mi adolescencia, estará de regreso en nuestro
país y tendré la oportunidad de verla.
Me invaden demasiadas inquietudes y
temores. Todavía estoy soltero, tengo una hija de nueve años, pero nunca pude
consolidar una relación con su madre.
En la actualidad, es común que las mujeres no quieran casarse,
prefieren luchar por su libertad, desarrollar una carrera profesional, conseguir
logros individuales, donde no pueden vivir supeditadas a tomar decisiones en
pareja. Tanto hombres como mujeres no están dispuestos a ceder, a renunciar; cada
uno vela por sus propios intereses y proyectos. Todos hemos aprendido a vivir
en soledad.
Tal vez yo también haya aprendido a manejar mi soledad, porque al final, tengo mi trabajo, mis amigos, mi familia, una hija que es la razón de mi vida -a la que me hubiera gustado llamar Evelina, en recuerdo al gran amor de mi vida, pero fue su madre quien decidió qué nombre ponerle. Sin embargo, sigo añorando aquella época cuando era niño y soñaba con desposarme con la mujer ideal. Me siento tan nervioso, no se siquiera cómo será Evelina. Ahora es una persona distinta, ya no es la niña que dejé de ver hace tres décadas. Todavía escucho su risa que para mí era el canto melodioso de las alondras y sus hermosos ojos, con las pestañas tan largas cual ñorbos en primavera.
Tal vez yo también haya aprendido a manejar mi soledad, porque al final, tengo mi trabajo, mis amigos, mi familia, una hija que es la razón de mi vida -a la que me hubiera gustado llamar Evelina, en recuerdo al gran amor de mi vida, pero fue su madre quien decidió qué nombre ponerle. Sin embargo, sigo añorando aquella época cuando era niño y soñaba con desposarme con la mujer ideal. Me siento tan nervioso, no se siquiera cómo será Evelina. Ahora es una persona distinta, ya no es la niña que dejé de ver hace tres décadas. Todavía escucho su risa que para mí era el canto melodioso de las alondras y sus hermosos ojos, con las pestañas tan largas cual ñorbos en primavera.
He decidido hacerle llegar el más
hermoso ramo de flores a su camerino en el Teatro donde se presentará. Espero
que ella también se emocione como yo, al saber que a través de todos estos años
he seguido siendo su más ferviente admirador.
Ha llegado el gran día, hoy se
presentará Evelina en concierto con la
Orquesta Sinfónica Nacional, es un concierto de gala y debemos acudir
con smoking, después se brindará una recepción en la casa del embajador de
Polonia, país donde ella reside desde hace veinte años.
Allí está en medio del escenario, tan
bella y diferente, parece otra persona, se ha convertido en una hermosa mujer,
mantiene su hermoso cabello oscuro con ondas que le llegan hasta la cintura y
sus ojos… ¡Sus ojos siguen siendo los mismos!... Cómo quisiera que me vea. Bueno,
aunque así sea, no me reconocerá, han pasado tantos años y yo también debo
lucir totalmente cambiado. No sé, estoy demasiado ansioso… ¿Qué pasará cuándo
acuda a buscarla a la salida de su presentación? ¿Se alegrará al verme?
El concierto ha sido apoteósico, si
hace treinta años tocaba como los ángeles, hoy su música es una total fascinación. El público ha aplaudido de pie cerca de quince minutos, es un verdadero orgullo
para todos los peruanos.
Estoy frente a su camerino y he sido
anunciado, sigo esperando para poder pasar a saludarla. De repente, se abre la
puerta y quedo anonadado por tanta belleza, ¡es ella! mi Evelina adorada. Nos
fundimos en un profundo abrazo que es más elocuente que todas las palabras que
pude haberle dicho y siempre callé por respeto a su candorosa juventud. Siento
en este momento que nunca dejé de amarla y que siempre fue la mujer que esperé
para que sea mi compañera hasta la muerte.
-
Gato,
gatito, mi buen amigo ¡Nunca fuiste a visitarme! -Me dice. Sus palabras suenan
a reclamo, a consuelo y a la vez marcan distancia con el consabido “amigo”.
-
Evelina,
éramos unos niños y no estábamos acostumbrados a luchar por lo que queríamos,
la vida todavía nos guardaba innumerables caminos -espero que entienda el
trasfondo de mis palabras.
-
Gatito,
pudiste haberme ido a ver aunque sea sólo una vez. Pero eso ya no importa,
espero que de hoy en adelante no nos volvamos a separar -No sé si lo dice
todavía como “amigo” o me está dando el momento que necesitaba para atacar.
-
Evelina
¿Estás casada, estás comprometida, tienes pareja? -tenía que asegurarme antes
de lanzarme por la borda.
-
No,
para nada, ahora es preferible estar sola -esas palabras sonaron más huecas y
falsas, son un grito de auxilio en la oscuridad, éste es el momento que he
esperado toda mi vida.
-
Evelina,
yo siempre estuve muy enamorado de ti, sufrí mucho cuando nos separamos, pero
yo tenía que respetar el tipo de crianza conservadora que te daba tu digna
familia. Nunca encontré oportunidad para acercarme a ti nuevamente, he vivido
todos estos años animado por tu recuerdo y el inmenso cariño que nació cuando
era un tierno adolescente, se mantiene intacto. Lo único que necesito es que me
des la oportunidad de hacerte feliz como siempre fue mi sueño, ya no quiero
conocer a nadie más, he conocido mucha gente, sólo te quiero conocer a ti, como
mujer, porque tu alma sigue siendo la misma, tu espíritu generoso, frágil y
candoroso nunca cambiará -se lo digo mirándola a los ojos y mis palabras fluyen
como una fuente inagotable de ideas que han aguardado una eternidad.
Evelina se mantiene en silencio, no
dice palabra alguna y estoy al borde de un colapso, hasta pienso que he
cometido un infortunio y que Evelina puede ser lesbiana... Ya no quiero seguir
pensando... Mejor insisto.
-
Evelina,
por favor dime algo, recházame de una vez o dame siquiera la oportunidad de
conocernos.
De repente, echa a llorar y me
confiesa entre sollozos:
-
Gatito,
yo soy la que he vivido por tu recuerdo, empecé a darme cuenta que estaba
enamorada de ti, cuando nos mudamos y yo también viví soñando con encontrarte
algún día. He tenido varios romances, pero ninguno me hizo sentir tan
protegida, amada y respetada como ese impetuoso niño de vivaces ojos claros que
me inquietaron desde la primera vez que nos vimos en el paradero. Todo este
tiempo en el extranjero, viví pensando en regresar algún día a mi patria como
triunfadora y dar a conocer aquel rincón cerca del cielo, en San Gerónimo,
donde nunca me diste el primer beso y desde donde pienso dar el mejor concierto
de mi vida, como te lo prometí ese día. Todavía conservo el sombrero que me
regalaste, me ha acompañado por todos los lugares que he visitado -esas
palabras llegaron a lo más profundo de mi ser.
-
Evelina,
si tú me lo permites quiero que seas mi esposa -no es necesario pensar lo que
estoy diciendo, ya que es lo que he deseado toda la vida.
-
No
tengo ni que pensarlo… ¡Sí!... ¡Sí!... ¡Sí!... Mil veces sí y quiero que nuestra
boda sea transmitida a todo el mundo por internet, quisiera casarme en San
Gerónimo y que el señor Klauss sea nuestro testigo -basta mi muñeca de
porcelana, mi musa ensoñadora, mi tesoro, sólo tengo una manera de callarte y
es dándote el beso que nunca te di.
Nos fundimos en un beso infinito,
soñando con lo que será nuestra vida juntos de aquí en adelante.
Etiquetas:
Día del Amor,
María Inés Medina de Salazar,
Marinés Medina-Hernández de Salazar,
Pianista,
San Gerónimo,
Santa Eulalia.,
Un Concierto Cerca del Cielo
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